miércoles, 14 de noviembre de 2018

¡Nadie, nadie sin divertad!


Javier me enseñó eso de que no es realista aspirar a no tener problemas, que lo saludable es dedicarse a intentar cambiar de problemas. Me enseñó tantas cosas. Era un loco racionalista y visionario, un ingeniero de lo inimaginable. Con una mente portentosa y una capacidad de trabajo descomunal podría parecer sencillo que ejerciese involuntariamente de guía para tantas y tantas personas. Pero lo cierto es que nos atrapaba en sus sueños de libertad no sólo diciendo, sino sobre todo mostrando. Cuanto proponía estaba conectado con cómo vivía. Su hacer era coherente, su compromiso inquebrantable, su amor generoso y cercano.

No voy a glosar las inconmensurables aportaciones de Javier al ámbito de la diversidad funcional (y a otros!), hoy necesito agarrarme a lo personal, a saber que todas las risas, conversaciones, whiskys y planes insólitos que hemos compartido van a seguir latiendo en mí y en las innumerables personas a las que nos cambió la vida. Somos legión a quienes ha tocado el alma su exquisita, fascinante e inagotable humanidad.

Javier, entre ateos tenemos la certeza de que la carne muere, y malos presentimientos sobre si, aparte de ello, sucede algo más. Por eso nos aferramos con fiereza al amor. Porque el amor sigue existiendo, sigue siendo real, sigue habitando en quienes hemos sido atravesados por el rayo compartido. Te quiero, Javier. ¡Nadie,nadie sin divertad!

2 comentarios:

Maika Imedio dijo...

Gracias mil, Antonio, por expresar así lo que tantas y tantas sentimos...

Anónimo dijo...

Antonio, estoy preparando una clase de danza basada en esa canción (después te cuento) y lo mismo podría haber sido escrito para Martín, mi esposo. Olvido mi agnosticismo por un rato y los imagino juntos, con un whisky y charlando, viéndonos vivir con estas vidas que no serán iguales después de ellos.
Soy Paula Maciel.